viernes, 5 de octubre de 2012

Cerezos en flor

Desde que decidiste poner punto y final a la aventura de la vida se han manchado de recuerdos todas las paredes de mi habitación, no paran de parpadear miles de luces en mi cabeza y todas las copas con las que brindo tienen un poco de ausencia, de anhelo por lo imposible.
No me termino de acostumbrar. No me termino de acostumbrar a que gane el Atleti, a el sonido de la radio encendida que viene desde la cocina, a el rugido de los aviones, a los cerezos en flor en el Valle del Jerte en pleno mes de Mayo, a que se mezclen mis manos y una guitarra, a el olor a croquetas recién hechas entrando por mi nariz, a el libro de Rafael Alberti que descansa en mi cajón, a el ir ir y venir de gentes que pasan por la Gran Vía, a enamorarme y desenamorarme, a demostrarlo, a escribirlo, a que salgan a la calle y griten al cielo libertad, a ver una peli  de Woody Allen en el cine, a que me salpiquen las olas al correr descalzo por la orilla... y tú no estes. Esa extraña normalidad que no es normal.
No es normal porque no estas .
Y aunque sé que lo que no se toca es lo esencial y que desde algún lugar vigilas mis pasos, no me pidas, no nos pidas, que no te echemos de menos. No me pidas que no tenga en la cabeza la última cerveza compartida mientras me contabas cosas que no vienen en los libros, que no enseñan en la escuela. No me pidas que no recuerde tus llamadas a Inglaterra, los atardeceres rojos en algún lugar de Cádiz o tus reprimendas y consejos que a veces obvié.
No creo que este texto esté a la altura de lo grande que has sido, simplemente quería darte las gracias por estar en mis buenos y en mis malos momentos, por ayudarme, por emocionar y emocionarte, por enseñarme a creer y a soñar, por poner el corazón delante. Te llevo a fuego.



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