Yo era un chico de barrio, sin más armas que unas rayban wayfarer y un libro prestado de Benjamín Prado La nieve está vacía de un viejo amor que acabó, de súbito, sin razón aparente. Tenía tatuado Let it Be en la muñeca izquierda y un par de guerras perdidas en su ciudad que no era la mía.
Me volaron por la cabeza unos versos que decían tú desnudo dignifica una tarde de invierno, pero ni era invierno ni estaba desnuda, al menos aparentemente.
Compramos cerveza de lata a un subsahariano que se buscaba la vida en la playas del sur después de llegar allí unos meses antes en cayuco, un cayuco donde perdió a su hermano pequeño. El drama y el miedo derramados en forma de lágrimas por la cara de aquel chaval que no pasaría de los veinte. Creo que ahí es cuando te das cuenta que no somos nada, y que la felicidad está en las cosas simples, en los momentos inesperados...como aquel.
El chico alto y atlético nos trenzó un par de pulseras de cuero que nos colocó en el tobillo, le había enseñado su abuelo decía, después fumamos hachís mientras el sol se ponía y dejaba un atardecer rojizo esperanzador. Con la luna asomando se fue, los tres sentimos lo mismo, hay personas que te tocan, que te hablan y desaparecen pero sin embargo te cambian para siempre.
El alcohol y el porro ya habían hecho mella en nuestras cabezas, de fondo se oía el sonido de un cajón improvisado y a nuestra derecha una hoguera incendiaba la noche. Nos besamos. La tumbé y me enredé entre sus piernas, bajé los shorts vaqueros con violencia, follamos, con la luna y el mar como testigos morbosos de su pataleo y mi instinto animal, de sus gemidos quemados con arena de playa. Mi cabeza cayó sobre su pecho y nos quedamos sin fuerzas, abrazados y rendidos al sueño de madrugada.
El agua mojó mis pies a la mañana siguiente, desperté y ya no estaba allí. Me dejó un papel citando a Machado que decía:
El chico alto y atlético nos trenzó un par de pulseras de cuero que nos colocó en el tobillo, le había enseñado su abuelo decía, después fumamos hachís mientras el sol se ponía y dejaba un atardecer rojizo esperanzador. Con la luna asomando se fue, los tres sentimos lo mismo, hay personas que te tocan, que te hablan y desaparecen pero sin embargo te cambian para siempre.
El alcohol y el porro ya habían hecho mella en nuestras cabezas, de fondo se oía el sonido de un cajón improvisado y a nuestra derecha una hoguera incendiaba la noche. Nos besamos. La tumbé y me enredé entre sus piernas, bajé los shorts vaqueros con violencia, follamos, con la luna y el mar como testigos morbosos de su pataleo y mi instinto animal, de sus gemidos quemados con arena de playa. Mi cabeza cayó sobre su pecho y nos quedamos sin fuerzas, abrazados y rendidos al sueño de madrugada.
El agua mojó mis pies a la mañana siguiente, desperté y ya no estaba allí. Me dejó un papel citando a Machado que decía:
Te quiero para olvidarte,
Para quererte te olvido.