martes, 11 de junio de 2013

Californication

El invierno siempre apaga algunas luces, y Los Ángeles queda demasiado lejos aún, para imaginar una puesta de sol en tus piernas, para ser Hank y tu Karen, para que mis libros aparezcan en las librerías de toda la ciudad y sean traducidos a siete idiomas diferentes. Uno de ellos el tuyo, que traduzco a ciegas y con cierto miedo a no hacerlo bien.

Ya sabes que yo soy más de Nueva York y sus calles numeradas, de su frío que te cala y de la nieve en las aceras. Que imagino la vuelta a casa en el West Village, haciendo eses, después de una noche de besos y vino peleón. Que imagino alguna noche recogiendote a la salida de tus clases en la Universidad de Columbia y que lo hacemos en los baños del italiano ese, donde siempre suena Laura Paussini. Que salimos a correr los domingos por la mañana por Central Park y siempre te paras enfrente del edificio Dakota, como si el espíritu de Lennon aún siguiera allí, tocando Watching the wheels. Imagino.

Pero sé que tú pierdes la cabeza por pasar de noche con la ventanilla bajada y el aire pegándote en la cara por Mulholland Drive. Que te mueres por un helado, un te quiero y un beso dulce y salvaje mientras nos revolcamos en Venice Beach y suena en las radios algo de Nirvana.

Ya sé que no somos exactamente "eso" que dice la gente que hay que ser. Que en tu corazón hay restos de otros corazones y que guardas alguna herida debajo de esa piel que algunos llamaron tiempo. No te preocupes, yo no vengo aquí para salvarte, ni para borrar de un plumazo tu pasado.

Pero si quieres podemos volar de lado a lado de la cama. Sin paracaídas.

Piénsalo.

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